Fueron muy variados los temas y asuntos que Ibsen trató en su producción poética. Pero toda ella se vio impulsada por el mismo anhelo de luz y de precisión: los poemas ocasionales, tan gráciles y saludables para cualquier lector, no importan su latitud ni su condición; los poemas de amor y los de libertad y esfuerzo humanos, a través de los cuales se filtra algo telúrico, una visión magmática de la vida; los poemas patrióticos, en los que alienta una épica de la derrota o de la desgracia que desacraliza lo nacional, haciendo de la patria la doméstica comunidad de unas gentes que no desean sino vivir en paz; los poemas satíricos, en los que se revela un hombre que enjuicia por el lado de la risa a sus semejantes, poniendo en ello buena parte de su propio fondo humano; los poemas de la naturaleza, que entronizan la ley de la necesidad, esa geometría del mundo que lo hace tan hermoso y tan trágico al mismo tiempo.
Al fin, el lector puede comprobar ahora por qué a Ibsen se le ha tratado siempre de gran poeta: estos poemas son el testimonio de alguien que se dejó penetrar por la vida para mejor transmitir su flanco de venganza, de crueldad y también de redención.
Al fin, el lector puede comprobar ahora por qué a Ibsen se le ha tratado siempre de gran poeta: estos poemas son el testimonio de alguien que se dejó penetrar por la vida para mejor transmitir su flanco de venganza, de crueldad y también de redención.