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El flagelo de la temporalidad produce, a la vez, horror y fascinación. La maldición de la finitud ha sido una de las obsesiones predilectas de la humanidad. "Siempre –dirá Borges– es una palabra que no está permitida a los hombres". No obstante, existe un punto en que algo del orden de lo efímero puede ser trascendente. "Hay momentos en que el tiempo se detiene de repente –cavilaba Dostoievski– para dar lugar a la eternidad". Si la ilusión de derrotar al tiempo parece una utopía, aquí los Eternos caminan entre nosotros, algunos muy a su pesar; otros viven ocultos, o camuflados entre los…mehr

Produktbeschreibung
El flagelo de la temporalidad produce, a la vez, horror y fascinación. La maldición de la finitud ha sido una de las obsesiones predilectas de la humanidad. "Siempre –dirá Borges– es una palabra que no está permitida a los hombres". No obstante, existe un punto en que algo del orden de lo efímero puede ser trascendente. "Hay momentos en que el tiempo se detiene de repente –cavilaba Dostoievski– para dar lugar a la eternidad". Si la ilusión de derrotar al tiempo parece una utopía, aquí los Eternos caminan entre nosotros, algunos muy a su pesar; otros viven ocultos, o camuflados entre los humanos. Para ciertos aspirantes a la inmortalidad, solo el dinero puede ser la llave para acceder al secreto de la infinitud. Hay seres que han sido condenados a una existencia perpetua, atrapados en un formato inalterable, obligados a repetir cada acto de su vida con resignada pasividad. En los relatos que conforman Postales de la eternidad, Gabriel Cocimano evidencia su mirada irónica, aguda e indulgente sobre la condición humana y sus debilidades, con el pretexto del siempre espinoso tópico de la caducidad temporal.