«En la entrada hay un jardín y hay un lago y hay un montón de patos dentro del agua. Pero el césped es de plástico y los patos son de madera y el lago es artificial. Mi padre va a morir en un lugar en el que todo parece de verdad, pero es de mentira, y yo no puedo evitar pensar que no existe un sitio mejor que este para que muera porque su vida siempre fue así, una acumulación de hechos que parecían ciertos, pero que eran falsos.» Aunque nunca vio pelear a su padre, cuando Mina era pequeño se sentaba junto a él y miraban combates de wrestling en la televisión. Lo difícil era vender el golpe. Eso le solía decir. No saltar por los aires ni cargar con el peso del rival, sino que el público creyera que realmente te habían lastimado. Y es que, para Augusto, lo más importante siempre fue intentar hacer creíble la farsa que le rodeaba. Augusto quería ser campeón del mundo de lucha libre, se hacía llamar Mastodonte. Podría haber sido el mejor, pero acabó en la cárcel por atracar una sucursal del Banco Hispano Americano con la réplica de un revólver Smith & Wesson. Mina quería ser escritor, pero ahora se conforma con enseñar a un puñado de desconocidos a narrar sus historias. En Prolepsis, la novela por la que Miguel Á. González ha obtenido el XXV Premio Ciudad de Badajoz, padre e hijo comparten una tarde en la que rememorarán los fracasos que les unen y el presente que les separa. Una tarde cualquiera. Quizá la última.
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