Descendió las escaleras, desde la habitación hasta su estudio. El Escriba acostumbraba a levantarse antes del alba. Repasó el documento, hecho en cuero de cerdo. La ortografía estaba en orden. Tenía todos los sellos adecuados, incluso el de él. Guardó el documento en una carpeta hecha en piel de becerro y madera de pino. En la cocina, el tercer ambiente que tenía su casa, calentó agua en la hoguera. Sostuvo la tetera de latón, en un soporte donde también asaba carnes rojas. Buscó en un tarro hecho de arcilla cocida, un puñado de hierbas de amargón. Lo endulzó con la poca miel que le quedaba. La miel era un producto difícil de conseguir. En su pueblo no conocían la apicultura. Se conseguía era panales silvestres. El Escriba sentado en la mesa, en una de las tres sillas que tenía, disfrutó del lujo del té con miel.