La respuesta bíblica a esa pregunta pone de manifiesto la absoluta futilidad de los esquemas de los reformadores sociales para "la elevación moral de las masas", los planes de los políticos para la paz de las naciones, y las ideologías de los soñadores para dar paso a una edad de oro para este mundo. Es patético y trágico ver a muchos de nuestros más grandes hombres poniendo su fe en tales quimeras. Las divisiones y las discordias, el odio y el derramamiento de sangre, no pueden ser desterrados mientras la naturaleza humana sea lo que es. Pero durante el siglo pasado, la tendencia constante de una cristiandad en deterioro ha sido subestimar la maldad del pecado y sobrevalorar la capacidad moral de los hombres. En vez de proclamar la atrocidad del pecado, ha habido una morada más en sus inconvenientes, y el abominable porvenir de la condición perdida del hombre como se establece en la Sagrada Escritura ha sido oscurecido, si no borrado, por las halagadoras disquisiciones sobre el vandalismo humano. Si la religión popular de "las iglesias" -incluidas las nueve décimas partes de lo que se denomina cristianismo evangélico- se pone a prueba en este momento, se descubrirá que choca directamente con el hombre caído, arruinado y espiritualmente muerto.
Hay, por lo tanto, una necesidad clamorosa de que el pecado sea visto a la luz de la Ley de Dios y del evangelio, para que su excesiva pecaminosidad pueda ser demostrada y las oscuras profundidades de la depravación humana sean expuestas por la enseñanza de la Sagrada Escritura, para que podamos aprender lo que está connotado por esas temibles palabras "muerto en transgresiones y pecados". El gran objetivo de la Biblia es darnos a conocer a Dios, describir al hombre tal como aparece a los ojos de su Creador, y mostrar la relación de uno con el otro. Es, por lo tanto, asunto de Sus siervos no sólo declarar el carácter y las perfecciones divinas, sino también delinear la condición original y la apostasía del hombre, así como el remedio divino para su ruina. Hasta que no veamos realmente el horror del pozo en el que por naturaleza yacemos, nunca podremos apreciar apropiadamente la gran salvación de Cristo. En la condición caída del hombre, tenemos la terrible enfermedad para la cual la redención divina es la única cura, y nuestra estimación y valoración de las provisiones de la gracia divina será necesariamente modificada en la medida en que modifiquemos la necesidad que se pretendía satisfacer.
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