En este libro, Carlos Abad honra al momento, honra al árbol desde sus raíces hasta su fronda y se detiene en la belleza del tronco. Lo hace con palabras cuidadas (como debe ser) que nunca son fortuitas, sino que responden a convicciones profundas a las cuales, me consta, Carlos convierte en acciones, en conductas, en una actitud existencial. Por eso seguramente Que el día de hoy sea sólo hoy resultará una obra que desbordará el presente, podrá ser leído en el futuro como si se recorrieran páginas tan intemporales como son, finalmente, las cuestiones del alma. ¿No es una maravillosa paradoja ésta de que un libro que habla de cultivar el presente nos recuerde que, en la medida en que lo hagamos, estamos destinados a trascenderlo? Que el día de hoy sea sólo hoy es el resultado de incontables días vividos cada uno, como Carlos Abad lo propone aquí. Su lectura, a la luz de mi experiencia, es una bella manera de cultivar el día. Y quien cultiva el día cultiva la vida. Una vida en la que prevalece el momento, no el instante. Del prólogo de Sergio Sinay
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