Si el olor de tierra húmeda nos hace parar un segundo, tomar aire, sonreír y seguir. Si una flor nos hace recordar un momento, una palabra y encima se nos llenan los ojos de lágrimas, se nos hace un nudo en la garganta y queremos gritar. Si caminamos apurados y de repente nos paramos sin saber por qué, y cuando miramos para arriba vemos un árbol que nos traslada a un instante perfecto que hemos vivido. Si no podemos evitar lagrimear con una canción, es porque nuestro niño y adolescente interior nos pide salir. Nos pide que volvamos a ser feliz, que recordemos esos momentos, que los dejemos fluir.