No transcurre un día sin que lea u oiga la palabra talento. En todas las secciones del periódico -desde la página de Deportes hasta la de Negocios- abundan las alusiones al talento. Por lo visto, cuando alguien realiza una hazaña sobre la que vale la pena escribir, lo calificamos al instante de "sumamente talentoso". Pero cuando le damos demasiada importancia al talento, estamos infravalorando todo lo demás. Hace varios años leí "La mundanidad de la excelencia" un estudio sobre nadadores de competición. El título del artículo resume su principal conclusión: los logros humanos más deslumbrantes proceden en realidad de la combinación de innumerables elementos individuales que por separado son, en cierto sentido, corrientes. Dan Chambliss, el sociólogo que realizó el estudio, escribió: "Un rendimiento prodigioso se debe en realidad a la confluencia de un montón de pequeñas habilidades o actividades adquiridas o descubiertas que se han estado practicando, hasta convertirse en hábitos y transformarse más tarde en un todo sintetizado. Ninguna de esas acciones tiene nada de extraordinario ni de sobrehumano, lo único es que al ejecutarlas correctamente de manera sistemática generan la excelencia". Aunque sea un error suponer que el talento es la explicación perfecta para un rendimiento deportivo impresionante, es lógico que la gente lo cometa. "Es fácil hacerlo -me contó Dan-. Sobre todo si solo observamos atletas de élite una vez cada cuatro años al ver las Olimpiadas por la televisión en lugar de presenciar cómo se entrenan a diario". Si el talento no basta para explicar los logros, ¿qué elemento falta? A continuación, explicaré cuál es mi teoría de la psicología de los logros.
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