Cuando hablamos de las crisis económicas y de modelo de sociedad, tendemos a comentar todo tipo de causas, condicionantes y efectos. Sin embargo, por alguna razón curiosa, frecuentemente olvidamos el mayor impacto: el monetario. Piensa en el siguiente ejemplo. Imagina un enorme desequilibrio económico. El gobernante de turno, de camino al Parlamento, donde tendrá que explicar sus propuestas de subidas de impuestos o de reducciones de gasto, mientras lee el discurso y se imagina el diluvio de reproches que va a recibir, piensa: "Ay, si tuviéramos inflación y devaluación, todo esto no pasaría". ¿Por qué? La inflación —el impuesto de los pobres— siempre se achaca a fenómenos externos, como si cayera del cielo por designio divino. El gobernante, en vez de explicar las leyes de urgencia que aplicará, puede acudir al argumento más socorrido: la guerra económica, los mercados, culpar a los comerciantes que suben los precios… Es fantástico. Sin embargo, la inflación es siempre un desequilibrio fundamental de la economía creado por políticas muy específicas. La idea de que una inflación "moderada" es buena es similar a la de pensar que tener un poco de fiebre es beneficioso. Viene de la percepción —falsa— de que tú no vas a comprar lo que necesitas cuando lo necesites si piensas que en el futuro pueden bajar los precios. Desde la Roma antigua, pocos han escapado a la tentación de cubrir desequilibrios estructurales devaluando el valor de la moneda y, con ello, transfiriendo riqueza de los ahorradores y asalariados hacia los sectores endeudados y hacia el gobierno. Siempre desde el engaño de decir que es "por nuestro bien". Tú, querido amigo, dirás que, con las políticas expansivas y el aumento de la cantidad de dinero en el sistema de los últimos años, se ha conseguido el éxito de evitar el inflacionismo destructor de los regímenes que se dedican a imprimir moneda sin control, a la vez que se permite una salida gradual de la crisis. Y no te faltará cierta razón. Efectivamente, la política monetaria que se lleva a cabo en los países de la OCDE evita algunos de los desequilibrios más peligrosos para las economías, pero genera otros. Y el enorme riesgo se encuentra precisamente en lo que algunos aplauden: la enorme burbuja creada en la deuda soberana y el mercado de bonos. Puede parecernos estupendo que bajen agresivamente los tipos de interés y que se inunde el mercado de liquidez, pero no deja de ser un canto de sirena que nos llama a endeudarnos, a gastar y tomar riesgo por encima de los mínimos criterios de prudencia, bajo la falsa promesa de que "no pasa nada" porque "nos apoyan los bancos centrales". Luego, cuando explota, esos mismos bancos centrales que nunca han identificado una burbuja ni alertado de una crisis te echarán la culpa a ti por asumir riesgos excesivos y se presentarán como la solución, bajando los tipos y aumentando la liquidez. No obstante, existe una salida sin acudir a extremismos ni soluciones mágicas, sin acabar con las instituciones ni supeditarlas a los delirios inflacionistas. Aquí lo explico. Bienvenidos, señoras y señores, a La gran trampa.