Este libro contiene un mensaje que no estamos acostumbrados a oír: que prácticamente todo el sufrimiento humano y la agitación emocional seria son completamente innecesarios. Cuando se provoca a sí mismo una ansiedad o depresión graves, está actuando claramente en contra de usted, y está siendo desleal e injusto consigo mismo. Su trastorno también afecta gravemente a su grupo social. Ayuda a provocar malestar en sus familiares y amigos, y, hasta cierto punto, en toda su comunidad. El coste de provocarse sentimientos de pánico, ira o autocompasión es enorme. En tiempo y dinero perdidos. En esfuerzo malgastado innecesariamente. En angustia mental fuera de lugar. En el sabotaje de la felicidad de los demás. En el estúpido desperdicio de placer potencial a lo largo de la única vida —sí, la única vida— que tendrá jamás. Qué despilfarro. ¡Qué innecesario! Pero ¿acaso el dolor emocional no forma parte de la condición humana? Sí, así es. ¿No ha estado con nosotros desde tiempos inmemoriales? Sí, lo ha estado. Entonces ¿no es inevitable, mientras seamos realmente humanos, mientras tengamos la capacidad de sentir? No, no lo es. No confundamos los sentimientos dolorosos con la perturbación emocional. Está claro que los seres humanos sienten. Como señalaron Epícteto y Marco Aurelio, antiguos filósofos estoicos, nosotros, los seres humanos, sentimos fundamentalmente tal y como pensamos. No, no totalmente. Pero sí fundamentalmente. Ese es el mensaje crucial que la terapia racional emotiva conductual (TREC) lleva treinta años transmitiendo, después de que yo adaptara algunos de sus principios a partir de los pensadores antiguos y de los más recientes —especialmente de Baruch Spinoza, Immanuel Kant, John Dewey y Bertrand Russell—. En gran parte creamos nuestros propios sentimientos, y lo hacemos aprendiendo (de nuestros padres y de los demás) e inventando (en nuestras propias mentes) nuestros propios pensamientos saludables e insensatos. ¿Los creamos? Sí, los creamos. Consciente e inconscientemente escogemos pensar y por ello sentir de ciertas maneras que pueden sernos útiles o destructivas. Pero podemos decidir cambiarnos extraordinariamente a nosotros mismos. Somos capaces de alterar nuestros pensamientos, sentimientos y actuaciones más instauradas. ¿Por qué? Porque como seres humanos nacemos con (y podemos potenciar) un rasgo que otras criaturas raramente poseen: la capacidad de pensar sobre nuestro pensamiento. ¡Esto es una verdadera suerte! Y nos da algún nivel de autodeterminación o libre albedrío. Puesto que, si solo fuéramos pensadores de un único nivel y no pudiéramos examinar nuestro pensamiento, sopesar nuestros sentimientos, revisar nuestras acciones en un segundo nivel, ¿dónde estaríamos? ¡Completamente estancados!