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A su padre lo timaron. Siempre quiso tener un pedazo del Oeste, un jardín privado, un lugar donde poder echar a volar la imaginación y descansar al final del día. Acabó fiándose de una inmobiliaria que prometía el paraíso. Tras una cena en un Holiday Inn, un agente sin escrúpulos le endilgó un terreno de una hectárea en River Ranch Acres, Florida. En el folleto aparecían parejas montadas a caballo y riendo alrededor de fogatas y carromatos, águilas calvas y puestas de sol de una belleza inigualable. La casa piloto tenía el aire rústico de los westerns que tanto le gustaban: vigas a la vista,…mehr

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Produktbeschreibung
A su padre lo timaron. Siempre quiso tener un pedazo del Oeste, un jardín privado, un lugar donde poder echar a volar la imaginación y descansar al final del día. Acabó fiándose de una inmobiliaria que prometía el paraíso. Tras una cena en un Holiday Inn, un agente sin escrúpulos le endilgó un terreno de una hectárea en River Ranch Acres, Florida. En el folleto aparecían parejas montadas a caballo y riendo alrededor de fogatas y carromatos, águilas calvas y puestas de sol de una belleza inigualable. La casa piloto tenía el aire rústico de los westerns que tanto le gustaban: vigas a la vista, animales disecados, espuelas, hierros de marcar, bridas e insignias de sheriff incrustadas en ámbar. Todo mentira. Lo que al final compró, como muchos otros incautos, fue un terreno baldío infestado de serpientes y cerdos salvajes, dejado de la mano de Dios. Y, para más inri, ocupado ilegalmente por los socios de un siniestro Club de Caza, unos zombis antigubernamentales armados hasta los dientes que se comunican con radios de banda ciudadana y dejan tripas de jabalí colgadas de las vallas y cajas de mierda humana para ahuyentar a los propietarios. Esa fue la herencia que recibió Dennis Covington. Y ese fue el pequeño trozo de Sueño Americano que, a la muerte de su padre, como en una versión quijotesca de Duelo de titanes, se dispuso a reclamar. «Era estadounidense de nacimiento y de Alabama por la gracia de Dios, y no iba a dejar que un puñado de patanes de Florida me avasallara o me intimidara.»

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Autorenporträt
ennis Covington (1948) nació en Birmingham, Alabama, una ciudad industrial fundada tras la Guerra de Secesión. Ni tuvo que arar detrás de una mula, ni recoger algodón, ni sacrificar cerdos, pero leyó con fruición a Faulkner, a O'Connor y a Welty, y cazó muchas serpientes con su amigo Beaver en Village Creek, debajo del puente de la calle 80. Se graduó en Virginia y asistió al Taller de Escritura de la Universidad de Iowa bajo la tutela de Raymond Carver y John Cheever. Lo único que sabía decir en español era «Soy periodista. Por favor, no dispare» cuando, desesperado por los sucesivos rechazos de la editoriales y con intención de alejarse por un tiempo de un matrimonio cada vez más asediado por las drogas, el alcohol y las infidelidades (tal y como relataría en su devastador libro de memorias Cleaving: The Story of a Marriage), inició el primero de sus doce viajes a El Salvador como corresponsal de un pequeño periódico de Birmingham durante los convulsos años de la Guerra Civil. Allí, en primera línea de fuego, bajo el tableteo de las metralletas, conoció el miedo y dejó de beber. Pero se hizo adicto al peligro. Esa misma adicción, junto a una sed insaciable de éxtasis en experiencias religiosas, le hizo entrar en contacto, esta vez como corresponsal del New York Times, con los manipuladores de serpientes del reverendo Summerford, experiencia que originaría la personalísima travesía espiritual que le llevaría a indagar en sus orígenes y quedar finalista del prestigioso National Book Award en 1995. Actualmente reside en las altas llanuras del oeste de Texas, entre campos de algodón, armadillos y matojos rodantes. Continúa impartiendo clases de escritura creativa en la High Tech de Lubbock, pero sabe muy bien que la búsqueda aún no ha terminado. Es molecularmente incapaz de mantenerse alejado del epicentro de las tormentas.