En el prólogo a la primera edición de Terrateniente especifiqué que el objetivo de la obra era mostrar "lo que se esconde en Antioquia detrás de la simple expresión 'abrir fincas'", enfatizar que "En Antioquia todos tienen algún pariente que se metió al monte, que se aferró a una tierra y le apasionó sembrar". A lo largo de la novela pretendía señalar cuánto pueden las personas llegar a encariñarse con un terruño, cuán profundamente echan raíces en ese lugar y cómo algunos dedican lo mejor de su vida a mejorarlo y cultivarlo. Ahora, veinticuatro años después de su aparición, la obra presenta un nuevo aspecto del cual yo misma no me percaté entonces. Al releer el texto para su reimpresión, me resultó evidente que había hecho un relato de las vicisitudes del campo colombiano desde el 9 de abril de 1948 hasta finales de los ochenta. Fue eso lo que me movió a hacer un cambio fundamental que consistió en poner los verdaderos nombres geográficos de los lugares donde transcurrieron los hechos. Porque, con personajes inventados y una ilación de los sucesos en forma novelada, todo lo que aquí se relata ocurrió en la realidad; lo vi personalmente o me fue relatado por testigos presenciales, a lo largo de los nueve años durante los cuales tomé nota y busqué informaciones sobre fincas y finqueros. Según el parecer de personas conocedoras del campo colombiano, en la obra aparecen todas las modalidades de finquero que se dan entre nosotros. En cuanto a los protagonistas, ninguno es alguien en concreto, sino que reúnen vivencias y características de diferentes tipos de hacendados.
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