¿Hasta qué punto la reflexión de Arendt sobre el totalitarismo -nazi y estalinista- conserva validez, ya que regímenes con esas características difícilmente podrán repetirse, entre otras cosas, por el efecto de inmunización que ellos mismos provocaron? Pero la cuestión es si no pueden resurgir, asumiendo formas diferentes, adecuadas a un mundo que ciertamente cambió de cuadrante. Desde luego, las técnicas de dominación que inauguró las adoptaron otros regímenes, prescindiendo de algunos rasgos del original. ¿Es posible hablar, entonces, de totalitarismos renovados, de neototalitarismos o incluso de totalitarismos disfrazados, si se trata de regímenes que, sin vulnerar el Estado de derecho ni recurrir al terror como técnica de gobierno, instalan formas de dominación suficientes para ahogar la libertad, sin llegar a la dominación total ni a la brutalidad de los procedimientos de los totalitarismos clásicos? Esta pregunta se aparta, sin duda, de las lecturas internas de Arendt, a pesar de que ella misma alcanzó a percibir el surgimiento de nuevas realidades políticas que no se ajustan a su caracterización; en este caso, ponía entre comillas totalitarismo, para advertir que se trataba de algo distinto, y dejar abierta, al mismo tiempo, una relectura de Los orígenes del totalitarismo, que se hiciera cargo, justamente, de las nuevas realidades emergentes. Y eso significa que, sin renunciar a las lecturas ceñidas a la letra, es posible pensar a través de Arendt y dialogar con ella sobre aquello que ella dejó sin respuesta y por pensar.
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