Stefan Zweig reunió en este ensayo una serie de textos que vieron la luz desde comienzos de siglo XX y que se fijan en sus grandes pasiones de la narrativa: Honoré de Balzac, Charles Dickens y Fiodor Dostoievski, en ese orden. Aunque el resultado es notable, hay que decir que la balanza está totalmente inclinada para el lado del ruso; es decir, la extensión que se le dedica al autor de “Crimen y castigo” es mayor que la de sus predecesores. Casi se podría decir que es un ensayo sobre Dostoievski disimulado, o uno en el que la mención de Balzac (a quien el propio Zweig le dedicaría todo un libro) y luego la de Dickens funcionan como apoyaturas para, por comparación, alumbrar mejor los motivos del mundo de Dostoievski.