Trujillo no es un teorizante de la política, ni se lanza a las exquisiteces profesorales de otros gobernantes, sino que pura y simplemente aplica el sentido común a los problemas que percibe día a día. Su talento consiste esencial y primeramente en la inhibición ante la polémica de los viejos partidos. Sabe que de allí no saldrá nada más que el desastre y se sitúa en una posición de espera y de esperanza.
Uncirse a la corriente tumultuosa y envilecida de "bolos'' o de "colúos" es afiliarse a la esterilidad política. En un lapso de seis años verá sucederse nada menos que siete presidentes de la república: Ramón Cáceres Vázquez, Eladio Victoria Victoria, Adolfo Alejandro Nouel, José Bordas Valdés, Ramón Báez, Juan Isidro Jiménez Pereira y Francisco Henríquez Carvajal...
Naturalmente, su instinto agudísimo comprende que la desembocadura de aquel proceso será la liquidación de la soberanía. La república, la independencia y no digamos ya, aquilatando el concepto, la soberanía, son por aquellos años menciones formales que, en su entraña, no revelan más que el vacío nacional más definitivo.
No me resisto, aunque la cite sea extensa, a transcribir aquí algunos párrafos de la famosa tesis doctoral que el gran dominicano y escritor Américo Lugo redactó en la primera década del siglo, es decir, en aquellos años que forjan la circunstancia de Trujillo y que, al templarle y enardecerle, rescatarán definitivamente el destino de su nacimiento.
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