Vivimos en una sociedad de señores. Preeminencia, poder, privilegios, clientelismo, linaje, honorabilidad: el vocabulario del señorío se ajusta a nuestra experiencia en la realidad cotidiana. ¿Para qué negarlo? Lo único bueno de la crisis es que sacan a la luz muchas cosas ocultas: la crisis económica internacional, más aguda en el sur de Europa, nos ha descubierto que el señor no se ha ido, o que ha vuelto. Quizás estuvo siembre; tal vez, en medio de nuestro entusiasmo democrático, pasó décadas inadvertido y sólo la crisis nos ha permitido volver a verlo en toda su crudeza. Disimulado, convertido legalmente en ciudadano, pervive en las sociedades del siglo XXI con un poder similar al que tenía en los tiempos que creíamos separados pero a los que, por lo visto, los estados democráticos no han conseguido poner fin. Una sociedad de señores indaga sobre el pasado y el presente de las democracias occidentales y abre un debate inexcusable sobre la auténtica naturaleza de nuestras sociedades y sobre su futuro.