Hay gente mala. Un paso más allá están los monstruos. Si Viviana Curvasic conociera a alguien así, no indagaría sobre sus condiciones morales: solamente preguntaría si el monstruo es gordo o es flaco. Faustina Aranda, por su parte, preguntaría si el monstruo está casado y tiene hijos. Y Cristian Reynoso, si se lo puede dejar escondido o no. Probablemente ninguno hubiese afirmado «El monstruo soy yo». En esta historia, sin que sea necesario agudizar demasiado la mirada, cualquiera podría serlo; de hecho, todos lo son. Y lo que es más terrorífico es que, como en la vida cotidiana, todos tienen sus motivos para serlo. Esta es una historia que huele a vereda ancha, a una mañana soleada y a la casita de los abuelos. Pero puertas adentro el infierno se desata. Y cuerpos adentro, estalla.
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