¿Querés leer La constelación de Andrómeda? No lo intentes. No vas a poder. Es un artefacto inclasificable, irreductible a la categoría de "texto". Puede recorrerse como un álbum de fotografías, proyectarse como una película o escucharse como una banda de sonido. Simultáneamente. La habitan, con idéntica estatura jerárquica, los perros y la pintura moderna, las orquídeas y el punk, los niños y Baudelaire. La abre una plegaria profana y la cierra un manifiesto político, con un bonus track. Pero esto no es cierto. Ya desde la tapa, una Patti Smith partida al medio reclama su mitad. Solo podrá construirse y reconciliarse al desplegar el libro (como la propia Patti fotografiada en acto de lectura) y encontrar, en la contratapa, la mitad oculta al ojo que no rasgue la superficie. En su inicio, La constelación de Andrómeda anuncia que no tiene principio ni final e interpela al lector, para que tome la posta y empuñe su propio telescopio privado.
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