En menos de un año y medio, las cinco hermanas Lisbon, adolescentes entre trece y diecisiete años, se suicidaron. Atravesadas por los hierros de la verja tras haber saltado por una ventana, asfixiadas con la cabeza dentro del horno, empecinadas en el uso de la horca o el cuchillo que abre las venas, murieron una tras otra, obstinadamente suicidas. Los jovencitos del barrio habían estado siempre fascinados por esas inalcanzables jóvenes en flor, atraídos por esa casa de densa femineidad enclaustrada -la madre era una católica ferviente y moralista que no dejaba que sus hijas salieran con chicos; el padre, profesor de matemáticas dócil y benévolo, aceptaba las muy estrictas normas de su mujer-, y las primeras muertes no hicieron sino ahondar el misterio y el espesor del deseo. Los Lisbon se encerraron cada vez más en sí mismos y en la casa, y los jóvenes los espiaban desde las ventanas del vecindario, trataban de comunicarse con las hermanas poniéndoles canciones por teléfono, estudiaban e intentaban descifrar el hipotético mensaje del encenderse y el apagarse de las luces en las ventanas, contribuían al intrincado tejido de rumores, a la creación de mitologías. Veinte años después, aquellos mismos adolescentes, ya en la frontera de la mediana edad, intentan desentrañar el enigma de aquellas lolitas muertas que siguen fascinándolos, reconstruyen los hechos, recogen chismes, versiones múltiples y contradictorias, informes de la policía y de los médicos, recortes de periódicos, fragmentos de diarios íntimos, restos de aquel tiempo congelado en la memoria, esa escena ya para siempre inmutable, o tal vez indescifrable, que encierra el misterio de la femineidad, el deseo y la muerte. «Una de las mejores novelas, insisto, de las mejores, que he leído en años, y si nuestra época se tomara aún la literatura en serio, debería ser saludada como El guardián entre el centeno de nuestros confusos años noventa, y un debut literario tan importante como el de John Updike, con The Poorhouse Fair, hace más de treinta años» (John Banville). «Escrita en un tono elegíaco y sutilmente divertido a la vez, con un oscuro humor que nos hipnotiza. Una novela maravillosamente original» (Peter Guttridge, The lndependent). «Divertida, melancólica, espléndidamente escrita, no hay en ella nada del inseguro aprendizaje que a menudo encontramos en las primeras novelas. Debemos aclamar en ella no al potencial de un futuro escritor, sino a una acabada obra maestra» (Geof Dyer, The Guardian). «De una lírica ferocidad, una de las voces más originales de la literatura americana» (N. Gerrard, The Observer). «Una primera novela asombrosa y original, que explora un territorio afín al de John Cheever, pero también al retorcido guiñol de Blue Velvet de David Lynch, o Carrie de Brian de Palma» (G. Burn, Times Literary Supplement).
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«Una de las mejores novelas, insisto, de las mejores, que he leído en años, y si nuestra época se tomara aún la literatura en serio, debería ser saludada como El guardián entre el centeno de nuestros confusos años noventa, y un debut literario tan importante como el de John Updike, con The Poorhouse Fair, hace más de treinta años» (John Banville).