La estructura de estos cuentos es una cuidada cadena de precisión: nada de lo que la autora escribe o pone en juego queda librado al azar, porque lo que se nombra, aquello que se dice y, sobre todo, lo que los personajes callan, se vuelve un verdadero centro de gravedad, un peso propio que maneja el sentido de lo que se cuenta, como cuando, precisamente en "Los nombres", quien narra dice, casi a modo de manifiesto o ars poética: Eso que no tiene nombre, existe. Simples acciones como preparar un té, cocinar un desayuno perfecto o cavar un pozo se transforman en ceremonias privadas imbuidas de una profunda filosofía –una filosofía que se filtra desde las raíces familiares japonesas de la autora–; en otro plano, bajo la superficie de la acción, el límite entre lo normal, lo cotidiano y lo extraño puede tornarse difuso y el presente idílico de una historia sencilla puede abrir una ventana sorprendente y hasta trágica. Si bien casi todos los cuentos de Los árboles caídos también son el bosque han sido premiados en Argentina, América Latina y España, varios forman parte de antologías y le han valido a la autora un sólido reconocimiento como cuentista, es probable que para la mayoría de los lectores este libro de Alejandra Kamiya sea una grata novedad: el descubrimiento de una magnífica escritora.
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