Oramos a la Sangre de Cristo porque creemos firmemente que ella nos redime y nos purifica del mal que nos acecha y que llena nuestra vida de miedos y sufrimientos. Esta devoción nace al pie de la cruz, cuando el Hijo del hombre fue traspasado por la lanza; nos lo dice san Pablo en la Carta a los Efesios: Por su Sangre fuimos rescatados y se nos dio el perdón de los pecados, fruto de su generosidad inmensa que se derramó sobre nosotros (1, 7).
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