Los versos de Beatriz Saavedra son siempre una ventana que permite asomarse a un mundo resignificado por completo. En él, la subjetividad de la poeta ha creado una amalgama entre el universo material y el sensible que se decanta en sus estrofas. Los versos de Esa otra piel no son la excepción. Asistimos a una interpretación urgente de la experiencia, de lo carnal, de la inevitable marcha sin descanso que supone la existencia: respuestas a preguntas que plantean nuevas interrogantes, exámenes introspectivos a flor de piel, la inquietud de quien se sabe vivo porque es capaz de reflexionar sobre lo que le acontece.
Aunque a primera vista estos poemas parecen intrincados al punto de lo críptico rasgo fundamental en la obra de Saavedra, esa misma complejidad abre la puerta para un número de interpretaciones equivalente a la cantidad de lectores que se dejen llevar por las palabras que escapan de la rigidez del significado para entregarse a la cadencia de la poesía.
LUIS EDUARDO PINEDA
Aunque a primera vista estos poemas parecen intrincados al punto de lo críptico rasgo fundamental en la obra de Saavedra, esa misma complejidad abre la puerta para un número de interpretaciones equivalente a la cantidad de lectores que se dejen llevar por las palabras que escapan de la rigidez del significado para entregarse a la cadencia de la poesía.
LUIS EDUARDO PINEDA
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