El librero es un hermano vocacional del cantinero y acaso también del farmacéutico. Más allá de las sutiles diferencias entre despachar licores, medicinas o libros, los tres acaban fungiendo como consejeros espirituales, vertederos de confesiones y testigos de las más extrañas conductas. A su manera, ejercen una suerte de pagano sacerdocio. Literatos consagrados que llegan de incógnito a preguntar si se venden sus libros; ilusos neófitos que esperan ver su poemario autoeditado convertido de la noche a la mañana en bestseller; compulsivos ligadores otoñales y casanovas buscando amoríos entre los anaqueles; doñas tafileras, maniacos crepusculares, sabihondos suicidas y los infaltables bibliocleptómanos desfilan por estas páginas. Aquí está la mirada de Iván, que como pocos conoce los recovecos de esta abrupta selva de papel y tinta. Cada librería —dice Jorge Carrión— condensa el mundo. Un mundo raro, como el de José Alfredo. Mundo bizarro, tragicómico y alucinante. Cual Virgilio posmoderno, Iván Farías nos lleva de la mano a recorrerlo. ¿Aceptan el desafío? —Daniel Salinas Basave