A lo largo de su historia los jesuitas han interpretado de diferentes modos los Ejercicios Espirituales de Íñigo de Loyola, resultando diversas formas de concebir la Compañía de Jesús. En el siglo XVII hubo en España un grupo de jesuitas, influidos por cartujos y carmelitas, que pretendieron dar una orientación contemplativa a su Orden religiosa. Uno de estos jesuitas, sucesor de los PP. Álvarez y La Puente, fue Gaspar de la Figuera, el cual dirigió espiritualmente a Antonia Jacinta de Navarra, cisterciense que escribió sus fenómenos místicos. La Figuera redactó una Suma Espiritual que se atribuyó a San Juan de la Cruz. Esta obra fue repetidamente reeditada y utilizada entre los jesuitas y llegó a influir en autores posteriores, como el P. Claret. En la Suma Espiritual su autor reelaboró en clave contemplativa los Ejercicios ignacianos, teniendo presente las experiencias sobrenaturales y los manuscritos de Antonia Jacinta, la cual llegó a ser abadesa del Monasterio de las Huelgasde Burgos.