En el triste y larguísimo mes y medio que precedió a su muerte, en un oscuro calabozo de la prisión en Florencia, la pluma de fray Jerónimo fue hilando las frases encendidas de fe, dolor y amor, de las dos últimas meditaciones de su vida. Alcanzaba así la máxima altura moral de su carrera, al dejar escritas para todos los hombres que sufren estos dos vivos mensajes de contrición y esperanza. La traducción y el prólogo son de Antonio Fontán.
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