No entrar con llamas son cuatro semanas de sangre y calambres al mes. Son el muñeco de plástico de Érase una vez... el cuerpo humano. Son bragas regla con olor a desinfectante de limón y restos de la sección de carnicería del supermercado. Son los terrores nocturnos. Son los cáncer-de-algo. Son el sexo triste y el olor a canela de la piel quemada. Son la fantasía de arrasar el sex shop más grande de la ciudad con el entusiasmo de quien va por primera vez a un Lidl, a un IKEA o a un Makro. Son enamorarte del niño o la niña que tiene los ojos del color del logo de Oral-B... Lidia Caro Leal nos presenta una colección de cuentos que hablan del deseo, de entrar al trapo de los pensamientos intrusivos, del burnout, de la precariedad, de la vulnerabilidad, de los diferentes lenguajes del amor, de las pastillas de encendido, de cuando estás ya acariciando los treinta y tus amigas abogadas, médicas, ingenieras no quieren salir a las mismas discotecas que tú. Habla de los mosquitos del parabrisas de un taxista en una carretera sin arcén, de las paellas que prepara una familia asiática en un bar con fotografías de pantanos, de las marcas en las piernas que dejan las sillas de metal de las terrazas, de la piel del que ha pescado en el Pacífico un atún lleno de microplásticos, del perfume de arrozales diseñado por una empresa de marketing olfativo, de la lycra sudada de los ciclistas sedientos y de los paquetes de salvado de avena que nunca se acaban.
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