—Paula, ¿qué haces? —pregunté, con ligera indignación. —Me acomodo para la foto, Candela. Soy peluquera, no puedo salir despeinada. ¿Qué va a pensar la gente? —Que somos unas locas —contestó Belén, leyéndome la mente—. Y vos, ¿vas a posar con el estetoscopio? —agregó, lanzándome esa mirada tan suya, penetrante pero amorosa. —Claro que no. Por el momento no quiero que sospechen que soy médica. —Y que te enamoraste del hombre equivocado —añadió Pauli, mientras llevaba sus rulos colorados de aquí para allá. —Y que te vas a mudar muy pronto —continuó Belu, acariciándose el vientre con ambas manos. —¡Ya! —grité con desesperación—. Porque yo también puedo ventilar sus secretos. Como los problemitas que cierta persona tiene con encontrar el amor y los carritos de golf —solté mirando a Paula—. O la crisis de pareja, laboral y existencial que tiene otra que ni quiero nombrar —agregué, ojeando a Belén esta vez. —Suficiente —sentenció Belu, poniendo paños fríos a la discusión—. No larguemos más nada que ya parecemos estómago resfriado. —Estoy de acuerdo. Solo digamos que tenemos una historia que contar. —Una para reír y llorar —convino Belén, estrechando mi mano con la suya. —Y cachondearse. —La voz de Paula fue casi perversa, pero la perdonamos, porque así funciona nuestra exótica familia.