Macedonio Fernández ha sido casi un personaje de Borges. Su obra, poco leída, desaparece en los márgenes de la construcción de un mito que el mismo Borges, entre otros, rescata por su oralidad. Macedonio lo sabe y se ríe. En verdad, Macedonio Fernández es el punto extremo de la vanguardia argentina y su novela Museo de la Novela de la Eterna, indudablemente, revoluciona el género. Su literatura se define por la transgresión a cualquier tipo de reglas y busca experimentar la extraña metafísica de "el susto de la inexistencia". Su imagen de autor trastoca el modelo de escritor que la Argentina moderna había consolidado. Un hombre que decide vivir en pensiones, para quien escribir es el resultado de pensar y no la antesala de publicar, y que además se aleja, con un gesto a la vez arcaico y utópico, de la profesionalización del escritor; un hombre que puede desembarazarse del éxito o el prestigio propio y ajeno; un hombre escondido detrás de una cortina que juega con su anunciada presencia, la foto con la guitarra y el poncho al hombro,los papelitos desperdigados en las mesas de café y en los libros de la Biblioteca Nacional anunciando su candidatura a Presidente.