Como olvidar aquellos veranos de 1994, cuando James de 13 y yo de 10 jugábamos en las aguas cerca de los pantanos en Houma Luisiana. Era mi pequeño pueblo natal, aunque de él no, ya que él solía ir cada verano de vacaciones con su bisabuelo que vivía ahí; el señor Sam Marshall Ford una de las personas más ricas de Los Estados Unidos en su tiempo. Su bisabuelo vivía en una mansión fuera de la pequeña ciudad inmersa en el bosque y rodeado de jardines hermosos, un poco fuera de contraste para la clase baja del lugar. A James, siempre le prohibió su madre salir a conocer y jugar con chicos de su edad ya que nadie era de su posición económica ahí. Siempre salía acompañado de sus dos ‘niñeros’ a todas partes y eso siempre le molestaba.
Lo conocí fortuitamente un viernes de agosto de 1993 fuera de la secundaria Oaklawn Middle School y todo por no fijarme al cruzar la calle. Su lujoso coche conducido por uno de sus sirvientes casi me embiste. Como olvidar esa escena, del auto bajaron dos hombres muy bien vestidos y luego el hombrecillo vestido elegantemente bajó después; muy guapo tengo que reconocer. Se acercaron los dos hombres adultos primero y me preguntaron si estaba bien, yo obviamente estaba en el suelo y asustada de casi morir ahí, pero me levanté rápido por el embrollo de las miradas de mis compañeros de primero de secundaria, y recuerdo que dije: “que estaba bien, que había sido mi culpa”.
Antes de irme, el chico bonito preguntó con una voz típica de los millonarios, algo soberbio, pero con un toque de honestidad: “si gustas puedes venir a la mansión, la que está en lo alto del bosque”. No recuerdo exactamente qué le respondí, pero por zafarme de su mirada que me hacía ponerme nerviosa, creo que le dije “que sí” y acto seguido me dijo que me llevarían a mi casa ese día, lo cual accedí. El resto es historia.
Lo poco de esos dos veranos que convivimos como amigos, tengo que confesar que me enamoré de James Marshall, era tan hermoso, tenía algo irresistible que me provocaba mariposas en mi estómago. Pero, nunca le confesé mi amor, no sé, siempre tuve miedo a que me dijera fea o simplemente me rechazara. Él tenía casi 14 y yo casi 11, pero yo parecía de 8. Siempre bromeábamos, pero en el fondo me daban celos cuando él me solía hablar de las chicas de su colegio en New York que le gustaban. Yo que podía aspirar; crecer en Houma y casarme, lo típico de la mayoría de las chicas. No tenía mucho que ofrecer, además no era tan bonita para decirle “¿quieres ser mi novio?”, pero siempre él fue lindo conmigo y mi único amigo que tuve.
James siempre me trató como su amiga pequeña algo que honestamente odiaba, yo quería que sintiera lo mismo que yo; amor. Aquel verano de 1994 fue el último que le vi, su bisabuelo murió y jamás regresó de nuevo, eso me dolió en el alma, y de ahí siempre pensé que nunca tomó en serio nuestra amistad.
Lo conocí fortuitamente un viernes de agosto de 1993 fuera de la secundaria Oaklawn Middle School y todo por no fijarme al cruzar la calle. Su lujoso coche conducido por uno de sus sirvientes casi me embiste. Como olvidar esa escena, del auto bajaron dos hombres muy bien vestidos y luego el hombrecillo vestido elegantemente bajó después; muy guapo tengo que reconocer. Se acercaron los dos hombres adultos primero y me preguntaron si estaba bien, yo obviamente estaba en el suelo y asustada de casi morir ahí, pero me levanté rápido por el embrollo de las miradas de mis compañeros de primero de secundaria, y recuerdo que dije: “que estaba bien, que había sido mi culpa”.
Antes de irme, el chico bonito preguntó con una voz típica de los millonarios, algo soberbio, pero con un toque de honestidad: “si gustas puedes venir a la mansión, la que está en lo alto del bosque”. No recuerdo exactamente qué le respondí, pero por zafarme de su mirada que me hacía ponerme nerviosa, creo que le dije “que sí” y acto seguido me dijo que me llevarían a mi casa ese día, lo cual accedí. El resto es historia.
Lo poco de esos dos veranos que convivimos como amigos, tengo que confesar que me enamoré de James Marshall, era tan hermoso, tenía algo irresistible que me provocaba mariposas en mi estómago. Pero, nunca le confesé mi amor, no sé, siempre tuve miedo a que me dijera fea o simplemente me rechazara. Él tenía casi 14 y yo casi 11, pero yo parecía de 8. Siempre bromeábamos, pero en el fondo me daban celos cuando él me solía hablar de las chicas de su colegio en New York que le gustaban. Yo que podía aspirar; crecer en Houma y casarme, lo típico de la mayoría de las chicas. No tenía mucho que ofrecer, además no era tan bonita para decirle “¿quieres ser mi novio?”, pero siempre él fue lindo conmigo y mi único amigo que tuve.
James siempre me trató como su amiga pequeña algo que honestamente odiaba, yo quería que sintiera lo mismo que yo; amor. Aquel verano de 1994 fue el último que le vi, su bisabuelo murió y jamás regresó de nuevo, eso me dolió en el alma, y de ahí siempre pensé que nunca tomó en serio nuestra amistad.