Todo ser humano dispone de la aptitud para hablar el lenguaje de doble articulación, lo que constituye un rasgo fundamental de la unidad humana, y esta aptitud ha permitido y producido, sobre esta base estructural única, una diversidad infinita de lenguas. (Morin, 2006, pág. 67). Nuestra vida no tiene seguros, más bien es una pura apertura, una caótica apertura a la incertidumbre a lo desconocido; en este tránsito el lenguaje cumple una serie de funciones: representativa, expresiva, apelativa, fática, metalingüística, poética, entre otras, que se convierten en grandes bondades que la vida nos confiere para que podamos dar significancia a nuestro paso por esta enorme placenta cósmica en la que coexistimos con otros seres con quienes nos religamos, por medio de esa capacidad innata, el lenguaje, ese que hace que nuestra vida sea como una especie de teatro, en el que actuamos simultáneamente actores y espectadores. Cada ser humano es capaz de observar la situación y de observarse a sí mismo en ella, en cada escenario, en cada acontecimiento.