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La Verdad Impura es un desgarrado testimonio de una conciencia doliente. Es el clamor por la aciaga suerte de los privados de fortuna bajo la indolencia e hipocresía de los favorecidos, no tanto las clases altas, de las que poco se puede esperar, sino las clases medias acomodaticias de los países desarrollados, que se disfrazan de corrección política y fingida indignación para tranquilizar su conciencia y cuyo compromiso se agota en la protesta y en el victimismo. A pesar de todo, o tal vez por ello, el autor de este texto no pretende denunciar las diferencias sociales ni adoctrinar las mentes de los hombres. No es un grito admonitorio para corregir el rumbo de la humanidad, (para eso han surgido sobrados movimientos y arbitrajes condenatorios lanzados con más precisión que este, contra el pensamiento único, contra la mentira de los gobernantes, contra el dinero todopoderoso, contra el sistema, con avaros resultados). En todos ellos menudea la denuncia contra los poderes fácticos y escasea el compromiso personal. Pero este texto, lejos de esa ampulosa pretensión, no propone más que un desahogo irónico y pesimista, que insinúa impotencia e induce lamentablemente, dados los parámetros de codicia e indiferencia en los que nos movemos, más a la resignación que a la esperanza. No obstante creo que está al alcance del cualquier lector mínimamente afectado de empatía, colegir una enseñanza humilde y subrepticia de este escrito: que la dudosa redención del hombre se asienta en la renuncia voluntaria más que en la reivindicación perentoria de derechos.