La primera descripción de la epilepsia data del año 3000 AC. Un desorden en el espíritu o en la relación con los demonios podía poseer súbitamente a una persona, llevarla a la muerte y mágicamente traerla, luego, nuevamente a la vida. El pensamiento mágico, rodeando a la epilepsia, continuó presente hasta el siglo XIX. La discriminación y segregación de los pacientes con epilepsia ciertamente tuvo sustento en razones mágicas y estigmatizantes atribuidas a la patología. Además, dado el concepto arraigado de recurrencia familiar de la enfermedad, el estigma no se limitaba sólo al sujeto enfermo, sino a su familia y descendencia. La historia muestra que la mancha de la epilepsia hereditaria se extendió más aún que la de la posesión demoníaca. Sólo la evolución y construcción del conocimiento científico pudo confirmar las afirmaciones de Hipocrates sobre el origen cerebral de la epilepsia, de Fontana sobre el funcionamiento neuronal como un fenómeno eléctrico y no el producto de la actividad de espíritus animales y, finalmente, las de Jackson adjudicando la patología a una desorganización de la electrofisiología cerebral, permitiendo superar los prejuicios asociados con las Epilepsias.