Los grandes problemas de la humanidad son de complejidad creciente que no pueden abordarse únicamente con una lógica disciplinaria y cartesiana. Los facilitadores de nuestra época (estoy pensando en hombres y mujeres) tienen que tener la capacidad de abordar fenómenos simples, complicados y complejos para no quedarse únicamente en soluciones simples de causa y efecto que no aplican a la compleja realidad que nos ha tocado vivir. Un facilitador con capacidad de abordar la complejidad reconoce que no es posible quedarse en un mundo único de conceptos acabados que nos obnubilan y nos hacen soldados disciplinados de un sistema socioeconómico que nos está llevando a límites insospechados de crisis ambiental. Por ello el reto de incorporar el pensamiento complejo en nuestra práctica facilitadora para pensar lo que no ha sido pensado, sentir lo que no ha sido sentido y atreverse a desplazarse en el mundo de la incertidumbre, de las crisis, de las rupturas, de las bifurcaciones y de las borrosidades. Eso quiere decir que los facilitadores debemos ser capaces de movernos entre sistemas ordenados y sistemas caóticos según lo demanden las circunstancias y el contexto.