"En suma, creemos en la laicidad de la educación como apertura siempre dinámica a la verdad del otro; pero nos rebelamos en contra de una educación que en el nombre de la neutralidad del Estado desprecia y margina el aporte de las religiones en el cultivo de lo propiamente humano. Ese sería un laicismo, hoy ya superado entre los países desarrollados. A un Estado laico ofrecemos nuestra religión como memoria de significado, fuente inagotable de integración social y esperanza de reconciliación con la creación y con Dios. Por otro lado, la educación es pública porque ama la luz y odia la oscuridad. La verdad que transmitimos a través de la educación puede y debe ser vista y oída por todo el mundo, con la más amplia publicidad posible. El hecho que otros escuchen y vean lo que nosotros vemos y escuchamos es certeza de que la realidad y nosotros mismos existimos. La educación es además pública porque compromete el bien común, el interés público, el mundo que es común a todos nosotros y que, por lo mismo, no podemos poseer privadamente. La educación es entonces pública no porque sea estatal, sino porque es de todos y para todos".
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